Nos preguntábamos muchas cosas: ¿sirve de algo lo que hacemos? ¿qué valores se transmiten en la escuela? Si las soluciones "paracaidistas" no solucionan nada en el largo plazo, ¿cómo debemos actuar?... Bueno, echadle un vistazo y hablamos (o escribimos...) sobre qué os parece.
Nota importante: insisto en una cosa clave: sed sinceros; si os parece un ladrillo, decidlo; si os parece que no tiene nada que ver con lo hablado, decidlo; si os parece una pérdida de tiempo, decidlo... En fin, que nadie se corte.
Ahí va el texto:
EXILIOS (Adiós y bienvenida)
Holweide es un barrio de Colonia, en la República Federal de Alemania. Mejor llamémosla Köln, para que no se la confunda con la del Sacramento. En Holweide, pues, se afincó (con un carácter provisional que ya acumula siete años) una familia uruguaya, es decir Olga y sus tres hijos, que en 1974 eran sólo niños y ahora son adolescentes. Familia incompleta, ya que el padre, David Cámpora, estaba preso en Uruguay desde 1971. En el logro de su libertad obtenida en 1980, fue decisivo el papel desempeñado por la escuela en que estudian los tres muchachos: Ariel, Silvia, Pablo.
Según los Cámpora, “Holweide es un barrio proleta, un trozo de pueblo alemán. Hay de todo: gente trabajadora y marginados sociales, plazas de deportes, negocios pequeños, viejas simpáticas y viejas chismosas, varias iglesias, un par de bancos, una escuela piloto sumamente progresista, gente sencilla en fin”.
“La escuela se inauguró”, me cuenta Olga, “justo cuando los gurises empezaron a ir. Ahora tiene unos mil doscientos alumnos. En la actividad desplegada por la libertad de David participaron padres, maestros, alumnos, la directora de la escuela y hasta el propio Ministro de Educación, quien reconoció que para esa escuela los derechos humanos eran algo más que una clase teórica. Se creó una Comisión Cámpora y nos reuníamos quincenalmente para cranear qué nuevas cosas hacer. A veces pensábamos que ya no se podía hacer nada más, pero siempre surgía una idea nueva”.
Se llevaron a cabo varios actos por Uruguay. En el primero de ellos la escuela convocó una asamblea de padres para informarles sobre la situación de David y consultarlos acerca de qué se podría hacer. “Esperábamos que asistieran unos treinta”, dice Olga, “pero, ante nuestra sorpresa, concurrieron quinientos, y de ahí surgió la idea de hacer una demostración frente a la Embajada uruguaya. Contrataron autobuses, hicieron colectas y hasta hubo que pagar seguro por los niños, ya que la manifestación implicaba sacarlos de Köln y trasladarlos a Bonn. Hubo niños que contribuyeron a la financiación con parte de su asignación mensual. El costo total fue de 4.000 marcos y participaron más de 800 personas. Aquí eso representa mucho, sobre todo si se tiene en cuenta que los niños más pequeños debían ir acompañados por sus padres o traer una autorización escrita. Así se inició una nutrida serie de actividades. Fueron enviadas al gobierno uruguayo 20.000 cartas, con otras tantas firmas, y se logró la participación de trece escuelas de la ciudad. Se publicaron artículos en la prensa y el caso Cámpora se fue conociendo y a la vez encarando como cosa propia. Buenas madres de familia que nunca habían repartido un volante, ahora juntaban firmas en la calle y explicaban lo que ocurría en Uruguay. Hubo unas pocas que decían ‘Si está preso, será por algo’, pero más bien constituían una excepción”.
Aquella solidaria comunidad vivió con la familia todas las alternativas, tanto las esperanzas de salida como las negativas tajantes de la dictadura. “Por fin, y antes que el propio David, nos enteramos de que su libertad era inminente, y la directora de la escuela nos consultó para ver qué podíamos hacer cuando llegara, ya que muchos padres querían ir a esperarlo al aeropuerto. Eso estaba claro: quienes tanto habían hecho por su libertad tenían todo el derecho de compartir nuestra alegría. Me adelanté hasta Frankfurt para prevenir a David, ya que él, por razones obvias, ignoraba la magnitud de lo realizado. Luego, en el aeropuerto de Köln, lo esperaban 300 personas; niños con dibujos, flores y manzanas de regalo, y también muchas lágrimas.”
Se resolvió entonces hacer una gran fiesta en la escuela, así “todos iban a poder ver y tocar a David, que era su logro, su conquista, el resultado de su trabajo solidario. Por supuesto, antes hubo que recauchutarlo”.
La fiesta tuvo su parte oratoria. Habló la doctora Focke, 65 años, de la guardia vieja de la socialdemocracia; en cierto modo, ella es algo así como la garantía moral de David en Alemania. “En realidad”, dice Olga, “es nuestra madrina protectora”. También hablaron la directora de la escuela, un delegado de los padres (“obrero de la construcción y uno de los mejores amigos que tenemos aquí”), un alumno (“que se ha convertido en un brillante político”) y una delegada de los maestros. Luego David debía agradecer en sólo cinco minutos, pero con la traducción (hecha por Silvia, su hija) se fue a ocho. Y finalmente hablaron un diputado, el burgomaestre de la ciudad y (como también habían sido invitados los distintos grupos que trabajan por América Latina) una delegada del FDR salvadoreño. “Y ahí nomás empezó el baile con una orquesta integrada por trabajadores italianos. En fin, gran canyengue, con comida, bebida, llantos, etc.”
Éstas son las palabras que pronunció David Cámpora ese 20 de marzo de 1981: “Esta noche tiene una especial significación. De alguna querida y extraña manera hemos venido a despedirnos y también a darnos la bienvenida. Nos estamos despidiendo, sin tristeza, de un hombre que estuvo preso nueve años. Que estuvo preso por negarse a cruzar los brazos cuando su pueblo tuvo hambre, dolor e injusticia. Nos estamos despidiendo, sin olvido, de una experiencia muy dura, un poco larga, pero enormemente valiosa. Todo preso político debe agradecer a sus carceleros que le confirmen, en los hechos y sobre su persona, la validez de sus convicciones, la razón de sus pasos. Nunca un hombre está más seguro de lo que hace, que cuando un dolor prolongado no logra quitarle el aliento y derrotarlo. Nos estamos despidiendo de una situación, pero conservaremos de ella prolija memoria. Hoy también damos la bienvenida a un padre en esta escuela. Tres hijos y una esposa me han traído de la mano; quieren mostrarme la excelencia que anida en los seres humanos. Hombres y mujeres del pueblo capaces de entregar y entregarse. Es un padre emocionado, que se siente en su propia casa, el que hoy puede decirles ‘hola’ y preguntarles dónde vamos juntos. Siento dentro mío que esta fiesta es algo especial, muy distinto a todo, algo nuevo e importante. Tan pero tan importante, que no soy capaz de decir las palabras exactas que debiera. Tan pero tan nuevo, como siempre resulta la calidez de la gente volcada hacia afuera, de la gente que se ha puesto a querer a los otros. También hay aquí grandeza esta noche. Hay la necesidad imperiosa de seguir haciendo, de seguir pudiendo. Necesidad que brota de lo logrado. Porque ustedes pudieron. Pudieron más que la brutalidad de una dictadura, más que el empecinamiento y el odio de los carceleros, más que la pereza y la comodidad de la vida para sí mismos. Ustedes pudieron y yo estoy aquí como prueba del poder de ustedes. Prueba, pero no medida. Porque no hay medida que pueda abarcar todo lo que se vuelve posible para la gente que se ha puesto a poder. Me atrevo hoy a tomar las voces de mis tantos hermanos presos, a representarlos cabalmente, para decirles: muchas gracias por no dejarnos solos, muchas gracias por querernos tanto. Para pedirles que empecinen su solidaridad hacia América Latina, continente que está comprando con sangre su derecho a ser libre. Podemos esta noche hablar de prisión y muerte sin perder la alegría. Porque nuestra alegría es la del triunfo militante, porque nuestra fiesta es la del esfuerzo combatiente. Estamos felices porque sabemos asumir el dolor de los demás. Lo que ustedes me han dado, no hay forma adecuada de agradecerlo. A ustedes debo el aire libre, y la luz, las calles y las voces, el sueño y los libros. Ustedes me han devuelto mis hijos y mi esposa: mi lugar de cariño, mi permanente ternura. Me avergüenza estarles hablando, diciéndoles cosas. Lo único que tengo para trasmitirles es mi fe en el hombre y mi opaca sabiduría de preso. Precisamente a ustedes, empecinada gente buena, que acaban de realizar lo imposible. Ustedes que saben y pueden. Es para ustedes la fiesta, para ustedes el agasajo. Y soy yo quien los aplaude y los abraza”.
Los alemanes lloraron, y los latinoamericanos ni qué decir. No era para menos. Según cuenta Olga (porque David es muy discreto) “una muchacha se le abrazó y le acarició la espalda durante un largo rato, agradeciéndole lo mucho que le había dado.” Después de todo, la muchacha tenía razón. Sin saberlo ni proponérselo, David había brindado a esa colectividad la excepcional ocasión de expresar lo mejor de sí misma.
Me parece una historia preciosa.
ResponderEliminarDar a conocer una injusticia puede ayudar a repararla. Cuantos más apoyos tengamos más fuerza haremos y más facil nos resultará.
I have no words. Creo que el texto lo transmite todo por sí solo.
ResponderEliminar